Es mentira, sin duda. Ya no creo que haya algo afuera de este mínimo espacio de escritorios y carpetas. Todo sucede aquí y no me importa.
El tiempo, empalagoso, arrastra los pies del reloj sobre la pared descascarada.
Hay una especie de vértigo, ajeno, que me asalta por oleadas y me invade de una urgencia que no es propia.